Su niñez fue suavemente agraciada. Puso toda su ilusión de chamaco en un gigantesco mono peludo que alguien detrás manejaba con raros artefactos, se acercó a tocarlo y ahí se conectó con una magia que, hoy por hoy, lo mantiene legado al mundo animal y a las quimeras. Tuvo dos jirafas y las perdió, tuvo un hijo y se murió, tuvo ardillas con colas extrañas, tuvo vacas lácticas, ratones vicentes, delfines ninjas, mapaches de pelaje sedante, conchas marinas, cerdito sin cabeza, cabritas con teticas delirantes, caballitos con nariz de zoquete y micos, muuuuuuchos micos.